Stephen sale de la torre Martello de Sandycove y echa a andar por la playa. Camina sobre el arenal, pisando algas secas, pisando caracolas, rompiéndolas, hundiendo sus botas en la arena, oyendo las olas del mar. Disfrutando de la la ineluctable modalidad de lo visible.
Es uno de los pasajes más célebres del Ulysses de Joyce. Es un fragmento que había leído hace tiempo (primero en la traducción castellana de Lumen, luego en la excelente versión catalana de Mallofré, y finalmente en inglés). Hoy, mientras comía, he sacado el libro y he vuelto a leerlo. Hoy he vuelto a intentar entenderlo.
No lo he logrado.

Esta mañana he paseado sobre las dunas de Sligo Co, esta mañana he cruzado una playa, he subido unas dunas, he cruzado prados donde pacían lustrosas gordas limpias vacas irlandesas de melancólica mirada, vacas que pastaban junto al mar, que apenas me han mirado al aparecer yo, que apenas me han prestado atención mientras miraba la mar océana, hoy encalmada y vacuna como ellas, nubes y claros, algún chirimiri esporádico, yerba verde, conejos pizpiretos que desaparecían entre el matorrral al verme asomar en la hondonada, volviendo ya al coche, ebrio de luz, de esta luz fría, limpia, fresca, recién estrenada, sin polvo, que caracteriza a estos paisajes.
El viajero, por azares de la ruta, ha venido a parar al rincón idílico donde quiso ser enterrado Yeats, el poeta de estas tierras. Su sepultura no es fácil de encontrar, modesta, gris, sin alharacas, una más entre tanta vecindad de muerte alrededor de la iglesia donde su padre fue pastor, en Drumcliffe. Vine a este pueblo no porque me dijeran nada sobre mi padre sino porque lo vi en el mapa y su tamboroso nombre llamó mi atención. Lo marqué en el GPS y el azar de la ruta aquí me trajo, y aquí cabe la tumba de Yeats me recogí (fetichista que es uno) y me paré a pensar en que no conozco al poeta, si no es de nombre. Pensé en comprar sus obras completas, un volumen asequible, que vendían en la tetería junto al cementerio. Me abstuve.
¿Es necesario?
La ruta, luego, me lleva más al sur, y me dan cita en el Yeats Inn de Curry, todavía en Sligo co. ¿Será casualidad? ¿Será la fatalidad? Mientras como miro en derredor y le veo (a Yeats) en las paredes. El poeta nacional. No le conozco, lo siento, no le he leído.
No alcanzo a todo.
La vida moderna y sus infinitas posibilidades de conocimiento me desbordan. Mi insaciable hambre (de saber) me tiene más hartito que ahíto. Parar máquinas quisiera y, como Stephen en Sandycove, limitarme a lo que hay.
Me ocupan reflexiones en torno a la muerte, la mía. La pronta muerte. No solamente cuando yerro en un cruce y me descubro circulando en contra dirección (menuda manía la de los islanders de conducir on the left, coñe!). Paseo por la playa, apartado de Dios, del mundo, con solo las vacas cerca, y un resbalón tonto (lo sé) podría acabar conmigo. O el colesterol a 217. O la droga del tabaco.
Nel mezzo del cammin me siento. Salgo de casa y ya estoy volviendo, por lejos que llegue. Y por otro lado Ernest Hemingway me repite al oído una frase que le leí en Por quien doblan las campanas: The world is beautiful, and it’s worth fighting for.
Muy bellos verdes lánguidos paisajes estos, desde luego. Y bellos los eriales marroquíes, o las avenidas de Budapest, o de Sofía, incluso las plazas de Chisinau. O la campiña francesa, en Rouergue, por ejemplo, en otoño. Bella Campania. Bella y verde Euskadi. Y las lomas resecas que son el lejano horizonte que, siendo soldado, veía a lo lejos durante las guardias erizadas de viento del Moncayo en la Base Aérea de Zaragoza, hace ahora 25 años. Bella Soria a menos 12 grados de frío. Bello Madrid y sus museos, y su calor de amor elegante en la Quinta de los Cedros. Bello mundo, sí. (Ettlingen, en la Selva Negra; Mormur, en el secano a Poniente de mi cuna; la Valh d’Aran; París con dieciséis años, y los bouquinistes del Sena;…)
Pero no alcanzo a todo.
There all the time without you: and ever shall be, world without end. Así concluye (sin acabar de rematar) Stephen su paseo.
Seguiré mi paseo, y mis reuniones, hoy en Sligo, Mañana en Wexford. Pasado mañana a saber dónde, no importa. El mundo seguirá aquí. Los cachitos de latón se venderán igual. Ernest seguirá estando, pegado junto a mí, susurrando su verdad. Aunque no exista, ni él, ni yo. Ineluctable.
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