Salí el 18 de abril. Primero unos días en Emiratos. Calor y pasmo ante en inverosímil crecimiento de una ciudad, Dubai, que se alza sobre el desierto y crece y crece y se expande sin que parezca tener límites (y es que en verdad carece de ellos: a sus espaldas el desierto le ofrece su llano para que siga en él creciendo). De Dubai salté a la Jeddah de gatos escuálidos. De allí a Riyadh la adusta, que esta vez celebró mi estancia con una tormenta de lluvia, arena y polvo desordenada y violenta. En Al-Khobar no hice sino lamentar estar allí, en la provincia oriental y petrolera, sin apenas nada que hacer sino esperar que llegase la hora de embarcar de nuevo, esta vez hacia Omán. Fin de semana delicioso, trabajo cumplido y agradable (as usually there) y vuelo a Kuwait. Tres entrevistas hoy rápidamente despachadas, mañana otra y me embarcaré a medianoche rumbo a casa.
Y horas de espera y de silencio. De capítulos de libro que se caen solos de aburrimiento y comidas exquisitas comidas sin hambre.
He de dejar este trabajo. Me aburre. Me molesta mentir, decir que las válvulas que vendo son españolas cuando en realidad las compramos en China y las revendemos. Me asquea aprovecharme inmoralmente de la ignorancia ajena. I wanna give up.
Busco empleo.
Pero no sé aún qué empleo busco.
Quiero escribir. Dedicarme a escribir. Cerrarme en algún sitio a sudar tinta. Sueño con encerrarme en la cabaña que hemos comprado, en el bosque pequeño de Mormur y allí escribir al calor de las chicharras. Sudar tinta y correrme de metáforas y cubrirme la piel con la pegajosa rima de los silencios tras el orgasmo de la frase rematada.