Correría etimológica

Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mí mismo yo me corro agora.

Estos versos (63-66) de la Égloga Iª de Garcilaso llaman mi atención por el inusual empleo del verbo correr. El Drae recoge el sentido de Correr como «avergonzar», «confundir» en su acepción 37. Y son hispanización de un verso célebre de Petrarca (Canzoniere, I, II) inserto en un soneto tan delicioso que por extenso lo cito (virtudes del copy-paste!) para disfrute de quien quiera esforzar la traducción:

Voi ch’ascoltate in rime sparse il suono
di quei sospiri ond’io nudriva ‘l core
in sul mio primo giovenile errore
quand’era in parte altr’uom da quel ch’i’ sono,

del vario stile in ch’io piango et ragiono
fra le vane speranze e ‘l van dolore,
ove sia chi per prova intenda amore,
spero trovar pietà, nonché perdono.

Ma ben veggio or sì come al popol tutto
favola fui gran tempo, onde sovente
di me medesmo meco mi vergogno;

et del mio vaneggiar vergogna è ‘l frutto,
e ‘l pentersi, e ‘l conoscer chiaramente
che quanto piace al mondo è breve sogno.

Y dicho esto, y confirmadas las tesis usuales, me voy ahora a escurrir por las escorrentías de mi rijosidad, que en este verso (y de mí mismo yo me corro agora) ve otra cosa.

Correr, en su variedad intransitiva, actualmente, equivale a eyacular. «Me corro» es frase que se dice encamado, en general exclamativamente, y sintiendo el gozo ya corriendo desmelenado por las lumbares y a punto de derramarse. Correrse, pues, como eyacular. Pero la duda asoma, tratándose en un texto antiguo. ¿Esta acepción estaba en uso entonces, en el primer tercio del s. XVI?

Consulto al Corominas, referencia inevitable. En su monumental  Diccionario Etimológico del Español, hallo en las cuatro páginas que le dedica a este verbo, que deriva del latín «Currere», primero una mención a la acepción «avergonzar» cuyo desarrollo delega en una críptica Lexik, a. d. Katal, pág. 158, del romanista Leo Spitzer (que no puedo hoy consultar). Y luego enseguida (antes de meterse en honduras corrientes) una mención al meollo de mi duda, que cito in extenso: «La construcción transitiva equivalente a ‘expulsar, despedir, echar (de un lugar)’, usual en Canarias y en América desde la Arg. a Nuevo México (BDHA, I, 294) no es portuguesismo’ (lo cual, si quisiera hoy ser riguroso, y pudiese permitírmelo, debería llevarme a consultar la etimología portuguesa). Pero de la construcción intransitiva nada dice, y menos aún de la acepción que sospecho, aunque el sentido ‘expulsar, despedir’ apunta en esta dirección. Paso luego al Corominas catalán, no menos monumental (y me atrevería a decir que inmejorablemente excelente): Córrer se explaya en nueve apretadas páginas. Y tampoco encuentro mención al sentido procaz de correrse.

Finalmente me refugio en el Diccionario secreto de Cela. En él consigna dos acepciones: la una es copular, la segunda eyacular. La primera transitiva, la segunda intransitiva. Y cita dos autoridades: para la segunda un texto de Carlos Barral (Años de penitencia, pág 128) que es moderno y no nos interesa. Pero sí la primera, que dice así (aquí no hay alegría del copy/paste como antes, porque el libro lo tengo en la balda de los diccionarios):

Las mozuelas tiernas
se huelgan con él,
porque es como miel
cuajada en almendras;
y en medio las piernas
le hacen que corra
a la Catalinorra.

Y cuando ha corrido,
queda desmayado,
el color quebrado,
fuera de sentido;
mas si torna al nido,
se le alza la porra
con la Catalinorra.

Rescata estos versos Cela de la Floresta de poesías eróticas del Siglo de Oro (vid). Y aquí es donde me digo ¡Bingo!

Y remonto el curso de mi sospecha para concluir. ¿Podría leerse a Garcilaso, poeta que si por algo se caracteriza es por la sensualidad nada mojigata de su poesía, con una lectura cuya doblez fuera procaz? Esto es: Salicio, el pastor que dice estos versos, se avergüenza de estar desamparado por su amada, y en tal estado, a si mismo se consuela (manualmente, hemos de suponer, como siempre se ha hecho). Para forzar esta lectura deberíamos inferir una corrección (a cargo del editor –¿Joan Boscán?– o del impresor –Carles Amorós, que seguía por aquellos años muy liado editando libros de devoción (véase «Notes sobre els llibres de lectura espiritual a Barcelona des de 1500 a 1530», de Rubió i Balaguer en La cultura catalana del Renaixement a la Decadència, pàg. 133) que mudase la preposición «a» (que yo rijosamente y libremente supongo) por la «de» que permite una lectura más «limpia».

Y aquí lo dejo. Con una sonrisa.

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